Wednesday, August 20, 2008

La Visita

Llegué a esta isla hace tres años, cautivado por los parajes, el cielo azul, el mar y por sobre todo, la tranquilidad. Huía de la gran capital, del smog, su gente, del stress con el objetivo de brindarles una mejor vida a mi señora y mi hija de cuatro años, creí que era mejor venir a Castro en la Isla Grande de Chiloé y trabajar las tierras en alguna parcela retirada de la ciudad. La primera vez que vine recorrí los alrededores hasta que di con la venta de un par de parcelas a buen precio, regrese a Santiago e inmediatamente inicie los trámites correspondientes a la compra del terreno, gracias a mis contactos el papeleo no demoro. Muy pronto la casa se construía y las ovejas que compre se instalaban sin ningún problema. Aposte al negocio de lana de ovejas, ya que consultando con inversionistas expertos, las estadísticas indican que es muy rentable, no lo pensé demasiado y me aventure en el oficio.

Los dos primeros años la vida funciono apacible, la venta de lana subía su rentabilidad en forma creciente, mi hija se adapto a sus nuevos compañeros de jardín, participa en los talleres escolares, cada mañana un furgón la recoge y la deja en la puerta de casa y mi esposa pasa la mayor parte del tiempo ayudando con el negocio. De estos dos primeros años no hay mucho que contar, porque mi vida hasta ese momento era la mejor vida que cualquier ser humano sueña tener algún día.

Desde mi llegada a la isla no he dejado de escuchar mitos y leyendas por parte de los campesinos, mitos apetitosos que dan ganas de escuchar una y otra vez, cada relato tiene un toque personal que lo hace diferente el uno del otro, incluso narran experiencias personales con lo paranormal, escucharlos era interesante, sublime, místico. Al principio invitaba a los campesinos a mi casa a tomar vino solo para incentivar que contaran historias, pero con el pasar del tiempo los mitos dejaron de ser atractivos y ya no les puse más atención.

Un día en la portada de la Estrella del Sur el titular decía: “Chupacabras ha sido visto en la isla grande”, compré el diario, subí a mi camioneta, lo dejé en el asiento del copiloto, encendí un cigarro, hojee el diario unos minutos y luego puse en marcha el motor de la camioneta. En el trayecto pensaba y pensaba en mis ovejas, hace un par de días que su comportamiento es inusual, todas ellas duermen más de la cuenta, no caminan y pasan toda la mañana adormiladas, pero lo más extraño de todo era que no dejaban que el macho cabrío las tocara, ni menos que las copulará, ellas lo rechazaban, si este se acercaba lo confrontaban violentamente. Moví la cabeza negando la situación, el chupacabras succiona la sangre de los animales, los extermina, no deja animales adormecidos, esto definitivamente no tiene nada que ver con el chupacabras. Al llegar a casa leí párrafo a párrafo el artículo del diario, sin embargo no encontré ninguna señal o nexo con la situación actual de mi rebaño. A pesar de todo, me obsesione con el mito, no conseguía sacarlo de la mente y decidí quedarme esa noche a vigilar, con escopeta en mano, mi rebaño escondido tras unos matorrales.

Una vez que el sol quito sus tentáculos de la faz de la tierra, me senté entre las malezas a esperar. Bien entrada la noche, mis ojos se cerraban solos, hasta quedar profundamente dormido y desperté por el frío que penetraba mis huesos y la humedad que se colaba por los poros de mi piel, ya era casi de día y no conseguí ver al chupacabras. Porfiado como he sido siempre, volví a sentarme esa misma tarde entre los arbustos con mi escopeta en mano.

Esa noche no deje que el sueño venciera, luche con él y con el frío una y otra vez, hasta que de pronto las ovejas se quedaron en un silencio sepulcral, todas quietas, como si supiesen que algo se aproximaba hacia ellas. Tome la escopeta en silencio y apunte hacia el rebaño, preparado para disparar en cualquier momento, me quede alerta, pero no les puedo mentir, sentí mucho miedo, un horror que calaba mis huesos, un escalofrió mimetizado con el frío de la noche, la escopeta tiritaba en mis manos o mejor dicho, mis manos eran las que tiritaban de susto, pero jamás baje la atención. A lo lejos una sombra encorvada se acercaba sigilosa, como si caminará en puntas de pies, era pequeño, con tentáculos brotando de su espalda, la oscuridad y la bruma distorsionaban la visibilidad, cauteloso me quede a la espera que la criatura actuara, de pronto una luz brillante salio de sus ojos y el tiro del arma no lo puede contener, el disparo retumbo en el campo abierto y las ovejas se dispersaron despavoridas. Inmediatamente encendí la linterna e hice un barrido ligero con la luz en el área, pero la criatura ya había desaparecido en el bosque. Regrese a casa a reposar, estaba decidido a matarlo y esta vez no se escaparía.

A la madrugada siguiente regrese al lugar, me oculté más cerca del rebaño y muy próximo al sitio por donde se asomó la criatura la noche anterior, ahí me quede en silencio, casi sin respirar hasta que el maldito ser del infierno apareció. ¡Oh, Dios mío! Dije hacia mis adentros, esta vez podía verlo claramente y no era exactamente el chupacabra ni ninguna criatura del demonio, era mi vecino, el vecino de la parcela continua, Don Carlos, regresando del trabajo, muy abrigado con poncho grueso y el bolso de leña cargando sobre la espalda. En ese mismo instante iba a salir de mi escondite, así podría conversar con él y preguntarle si él había atravesado mis campos la noche anterior y brindarle sinceras disculpa por los disparos. Pero una corazonada impidió que saliera, aguarde en silencio, él puso el bolso de leña en el piso, comenzó acariciar las ovejas, les hablaba como si fueran pequeñas bolsas de pelos dulzones y tiernos, como si fueran ositos de felpas, las apretaba como almohadones, se abalanzaba sobre ellas, jugaba, las tocaba, ¡horror! las besaba como si fueran su novia o algo así, quede con la boca abierta. Estupefacto por la escena no fui capaz de hacer nada, espere que Don Carlos terminará con lo suyo y volví con la piel erizada a mi casa. Mirando el techo desde mi cama, pensé muchas cosas, ese caballero estaba arruinando mi negocio, de seguir con este acto mis ovejas no se reproducirán y el negocio que tanto me ha costado construir se ira al bote de la basura. No crean que estaba calmado pensando todo esto, mi alma ardía en llamas y solo quería darle un tiro en la cabeza a ese maldito depravado sexual.

En la mañana logre tranquilizarme y en el desayuno le conté la historia a mi señora, ella no creía lo que narraba, pero insistí que no estaba loco y que todo era una asquerosa realidad. Me aconsejo que hablara de manera reservada con Don Carlos, porque si daba aviso a carabineros todo Castro se enteraría y tal vez ocurriría una desgracia mayor, al principio no estuve de acuerdo con lo laico del pensamiento de mi esposa, pero le hice juicio.

Fui a la casa del vecino, estaba solo y tomaba maté al lado de la estufa a leña:

- Adelante vecino, ¿desea una taza de té o café? – me pregunto amablemente. En ese instante solo deseaba darle un puñete a ese pervertido, pero me contuve.
- No gracias, solo vengo hablar algo muy puntual con usted – dije, disimulando la ira, apretando los dientes para no salir de los cabales.

Le expuse el tema a Don Carlos y después de varias horas de conversación llegamos a un consenso, él prometió no frecuentar más a las ovejas. Quedé tranquilo con el acuerdo y regrese a casa a dormir.

Pasaron los días, observaba al rebaño y seguían comportándose igual con el macho, pensé que lo ocurrido afectaba en la recuperación, pero pasaron las semanas y la situación no se invertía, esa noche espere nuevamente al vecino, algo me decía que él no estaba cumpliendo con el acuerdo.

Aguarde, Don Carlos cautelosamente visitaba el rebaño. Disparé dos tiros al aire.

- ¡¡Esta vez no Don Carlos, no dejaré que le haga nada a mis ovejas, aléjese de ellas o disparo!! – dije gritando con fuerza e ira a la vez.

Don Carlos no hizo caso a mis palabras, ni siquiera se inmuto y se abalanzó sobre mí tratando de quitar el arma, pero su estado de ebriedad era evidente, se tambaleaba de un lado a otro y casi no se mantenía en pie. A pesar de la condición trato de luchar conmigo, y sin darme cuenta me dio unos buenos golpes en el rostro que rompió mi labio inferior y comenzó a sangrar, le devolví el golpe con la parte trasera de mi escopeta y aun se mantenía en pie, siguió luchando, me tumbó en el suelo y me dio de combos sin compasión. No sé cuantos minutos o segundos pasaron, pero cuando pude recuperar mi conciencia, observe a Don Carlos tirado en el suelo a un par de metros de mi, a duras penas conseguí levantarme, camine a paso lento, cuando de pronto oí un grito ensordecedor, me voltee con dificultad y vi a Don Carlos abalanzándose nuevamente sobre mi, sin pensarlo presione el gatillo y la bala atravesó su corazón. Con el ruido de los disparos y la bulla de la riña, mi señora asustada dio aviso a carabineros, los que llegaron justo cuando el cuerpo de Don Carlos se tumbaba en el piso sin vida y yo con los ojos desorbitados y jadeando apretaba fuertemente la escopeta con mi mano.

Explique lo sucedido a carabineros, me llevaron detenido y al día siguiente empezó el juicio oral. Explique mil veces que mi vecino era un pervertido y que esa noche trato de matarme a golpes, pero nadie creyó mi versión de los hechos ya que no habían testigos ¡aayy Dios de mi desgracia! Estas cuatro paredes húmedas donde me encuentro ahora, no borraran fácilmente los recuerdos de lo sucedido, jamás olvidare la imagen de ese cretino acariciando a mis ovejas, jamás olvidare esa mirada de odio que tenia mientras me golpeaba. Espero que una vez transcurrido los catorce años de condena, sean suficientes para borrar de mi cabeza esta horrible pesadilla.

Erzsebet