Wednesday, November 11, 2009

CAFÉ



Extrajo una palabra desde el fondo de la garganta
depositándola en la taza de café,
bebió el dulce brebaje
infusión de chocolate, vainilla y canela

Lo miró,
pensó por un momento que sus labios transmitían ese sabor.
Se amparó bajo la luz de sus ojos, como ilusión luciferiana.

Soñó,
a un hombre que surca cicatrices en la tierra
dirigiendo a los espectadores al infierno.

Extrajo un pedazo de corazón
y lo depositó en un caldero mágico,
soñó que besaba esos labios resecos,
sintió como su alma huía despavorida.

Oyó a lo lejos los cadáveres iniciar la danza,
como demonios en la cabeza
saltaban dando botes sobre las neuronas difuntas.

El café no era más que una ilusión
de los residuos de sangre en la corteza fantasmal,
construyendo un cuerpo de amargura.
Uno que no había dudado en explorar.

Erzsebet

Monday, November 02, 2009

LECTURA MORTAL


Como todas las mañanas tiene programado el televisor para que se encienda a las 7:15 AM, es su única forma de despertar. Las noticias de la mañana muestran un grupo de bomberos, están consternados, son imágenes de la madrugada, dicen que un joven de unos 35 años ha muerto calcinado bajo extrañas circunstancias. Toma el control remoto y aumenta el volumen del televisor.

Al inicio del verano se sentía muy sola. La casa en “El Quisco” se había llenado de amigos de su hermana mayor. Graciela era como una sombra gravitando por los rincones de la casa. Muchas veces pasaba horas sentada en una enorme roca a la orilla del mar, con sus brazos bordeando sus piernas, con la cabeza escondida entre sus extremidades, para escuchar solo el sonido del viento y las olas golpear con fuerza. Un día se quedo tanto rato en esa posición que no se percato que se había puesto el sol. De pronto sintió un frío viento penetrar hasta los huesos, reaccionó y sin mirar al frente, camino cabeza gacha, surcando los bordes que su memoria reconocía a cada paso que daba.

Al llegar a la avenida principal, su concentración fue interrumpida por las personas que caminaban de un lado a otro, música en los locales, ruidos de motores de autos que van y vienen, vendedores ambulantes, los típicos hippies que llegan en esa época del año a vender sus artesanías.

Sentada en el borde de la cama, mantiene el control remoto muy apretado, aún no despierta por completo, sube el volumen al televisor. Una reportera consternada relata los hechos: “En la madrugada de hoy, el cuerpo de bomberos de Talcahuano fue alertado por lugareños sobre un incendio que se había desatado en el Centro Cultural…”

A lo lejos se divisaba a un tipo parado sobre un cajón de madera con un libro en la mano y la otra apuntando el cielo. “Típico, un fanático religioso” pensó, al acercase, se dio cuenta que estaba recitando poesía, ella no era muy erudita con respecto a temas literarios ni nada relacionado. Como era algo nuevo para ella, se quedo escuchando sin despegar la mirada de los labios del muchacho, que sin preocuparse del mundo vociferaba sus poemas con particular expresión corporal y tono de voz. Terminada la muestra artística ofreció su libro a los espectadores, era sumamente económico, Graciela hurgueteó entre los bolsillos de su pantalón, contó las monedas, miró el montón detenidamente en sus manos, le alcanzaba y lo compro sin dudar. Él hizo ademán de buscar la mercadería y se lo entrego haciendo una reverencia de gratitud hacia ella. Rápidamente lo oculto entre sus ropas y caminó silenciosamente a casa. No quería que su hermana la viera entrar con el libro en la mano, porque sabía que se burlaría de ella.

Entró en silencio en la casa, todos conversaban y reían, moviéndose de un lugar a otro. Nadie advirtió su presencia. Se encerró en su pieza, se recostó en la cama, saco el libro entre sus ropas y lo abrió. En la primera pagina había un escrito a mano con lápiz pasta color negro: “Cuéntame que te pareció, con cariños Max” y al final de la pagina tenia escrita una dirección de correo electrónico. Ella experimento un nerviosismo que se atrapaba entre el pecho y el estomago, tomó aire y comenzó a leer los versos que la hicieron soñar con un amor inalcanzable, líneas trazadas con sabor a caramelo, dibujándose como un arco iris en el cielo. Después de leer un par de páginas, se quedó dormida con el libro sobre el pecho.

“El siniestro se declaró pasadas las 2:15 de la madrugada, aparentemente por un cortocircuito. Según el presidente del Centro cultural, Camilo Cepeda, el siniestro destruyó por completo las dependencias…”. Graciela, se dirigió al baño, bebió unos sorbos de agua y se mojó la cara para despertar.

Su hermana la despierta con bruscas risotadas, toma el libro alzándolo con una de sus manos, moviéndolo de un lado a otro, como queriendo dibujar un halo de paginas etéreas, haciendo piruetas con él de un lado a otro. Riendo a carcajada sale de la habitación para mostrar el trofeo a sus amigos, se mofan, ríen apretándose el estomago entre burlas y palabras, Graciela intenta quitárselo, no puede. Se lanza sobre su hermana como lobo defendiendo la manada, forcejean, su hermana logra zafarse, lanza el libro a uno de sus amigos, comienzan a pasárselos entre ellos. La escena se detiene, se miran desafiantes, su hermana dibuja una sonrisa placentera y diabólica, suspira por el triunfo obtenido, sale de la casa decidida, mira el fuego que sus amigos habían preparado en el quincho. Graciela, le grita un “NO” desesperado, no lo duda, lanza el libro al fuego.

Atenta mira el televisor, la reportera entrevista a los lugareños, quienes declaran estar horrorizados, jamás pensaron que algo así podría ocurrir. La noticia la choquea, ya no quiere seguir escuchando, cambia de canal, sin embargo en el noticiario del canal vecino reportaban la misma noticia. Las imágenes del Centro Cultural totalmente destruido taladró la retina de Graciela. Un extraño escalofrío subió por la espalda.

Inmóvil observó como las páginas se incineraban con el fuego, una lágrima tímida bajó por su mejilla, no la seco, dejo que bajara por el rostro hasta mojar parte de su cuello. Sin ánimos de nada, volvió a su habitación, se acostó y tapó hasta la cabeza, intentado recordar los poemas que alcanzó a leer, recordando el borde de la página, tratando de visualizar la dirección de correo en su cabeza, no lo consiguió. Se quedo dormida armando un rompecabezas de palabras sueltas en el aire.

En el atardecer del siguiente día, volvió a buscar al poeta, sin embargo él ya no estaba. Se sentó abatida en la orilla de la cuneta, con el rostro sumergido entre sus manos tratando de recordar. Ahí estaba la imagen de la dirección de correo electrónico. Corrió al ciber más cercano, se sentó decidida, entró en su casilla y redacto el mail.

Pasaron los días de verano y Graciela todos los días abría su casilla de correos sin respuesta alguna. Las esperanzas se disipaban, junto con el recuerdo de esa tarde.

Una tarde completamente olvidada, encontró en la pantalla ‹‹Tiene un nuevo mensaje de Maximiliano Correa››. Lo abre: ‹‹Dame tu dirección y te envió un paquete con el libro / Cariños / Max››. Ella sin dudarlo, teclea rápidamente su dirección y pulsa ‹‹enviar››

Transcurrió menos de una semana, cuando el cartero tocó el timbre de su casa y le entregaba un paquete. No era como ella pensaba, era una caja, de inmediato imagino que no solo enviaba el libro, sino algo más. Emocionada, le dio propina al cartero, cerró la puerta, corrió a su habitación sujetando fuertemente la caja con las dos manos, cerró con pestillo, se sentó en la cama. Cuidadosamente abrió la caja, lo primero que sacó fue unas notas escritas a mano, las dejo a un lado, después leería todo con calma, antes quería ver el libro, releer esos poemas que tanto la marcaron en el verano. El libro no estaba, en lugar de él había una prenda de vestir, un polerón negro, sucio, mal oliente, con olor a humo de leña, asumagado, como si hubiese pasado días cerca de un fogón. Graciela lo bota al suelo con rechazo, mete todo dentro de la caja rápidamente, corre al patio y tira la caja lo más lejos posible. Se sacude las manos, el cuerpo lo siente apretado, abre los ojos como platos, respira hondo, no entiende. Algo no estaba bien. Vuelve a su pieza, se queda parada detrás de la puerta temblando, se encierra, piensa que nadie tiene que saberlo, ese día no había nadie en casa. “Eso haré” pensaba, “mañana camino a la universidad me llevare la caja y pondré las cosas en mi casillero”.

Esa noche no durmió nada, el olor a humo lo sentía pegado en el cuerpo, como si ya fuera parte de ella. Sentía el olor por todas partes, en la pieza, en el baño, en el patio, en el aire, como una especie de contaminación generalizada. Mientras se duchaba el olor permanecía ahí gravitando con las partículas del vapor.

Bajó a tomar desayuno y le pregunto a su madre si olía algo raro en el ambiente, pero no, nadie más que ella lo percibía. Eso la perturbo al limite de no querer probar bocado alguno, cogió la mochila, salió al patio, buscó la caja, estaba entre el pasto bien al fondo. Nerviosa la tomó con las dos manos, y salio de la casa como si alguien la persiguiera.

En el paradero esperó impaciente el bus, miraba la caja a cada segundo, nada se divisaba a lo lejos. Los nervios la comían por dentro, lo único que deseaba era poner esas cosas en el casillero de la universidad. Se mordía los labios, miraba si se veía el bus a lo lejos.

En eso estaba, cuando se dio cuenta que una señora de avanzada edad sentada en el paradero, la observaba de pies a cabeza. La distrajo su particular forma de mirarla y no se percató cuando el bus paró frente a su nariz. Subió tratando de concentrarse de nuevo en el plan de llegar con la caja a la universidad, miró atrás y la señora también había subido al bus. Se sentó junto a ella. Graciela ya se encontraba más nerviosa de lo que estaba.

-Señorita, no se ponga nerviosa- le habló la señora, -pero creo que debe deshacerse de la caja que lleva- Graciela quedó perpleja y no pudo decir nada, apretó la caja con fuerza y se quedó mirándola.

Sus ojos traspasaban las imágenes del Centro Cultural totalmente destruido, el escalofrío se apoderaba lentamente de la espalda. Se queda inmóvil mirando el televisor, el control remoto lo mantenía apretado. Lo suelta asustada, este cae al suelo, como si todo sucediera en cámara lenta. Se destroza en mil pedazos. La periodista sigue hablando, pero ella solo ve como mueve los labios, intenta respirar, lo consigue, se concentra. –La única victima del siniestro ha sido identificado con el nombre de “Maximiliano Correa”-. Se le congela la sangre, cae abatida, no despega la mirada del televisor.

La señora le toma la mano –Tranquilícese, le diré que debe hacer- le dice, -No guarde esa caja, busque un sitio eriazo, procure que nadie la vea, rocié esas cosas con parafina, una vez que la encienda, camine, camine sin mirar atrás, verá que el hechizo se rompe para siempre, el olor a humo rancio se ira para siempre, ya nadie podrá hacerle daño-.
Graciela enciende un par de fósforos, la caja comienza a quemarse, suspira, le da la espalda. Camina, camina sin mirar atrás y la imágenes de aquel poeta leyendo poesía en “El Quisco” fueron desapareciendo lentamente, ya no estaba el sabor a caramelo, el arco iris dibujado con lápiz tinta en el cielo. El olor a leña desaparecía del aire junto con los recuerdos de aquel día que llego la caja a sus manos.

Erzsebet