Thursday, January 26, 2012

VOCES EN LA ETERNIDAD


Ilustración realizada por Nat Kougi

Dedicado a mi hijo Ignacio.

"Desperté dentro de esta nave líquida,
suave, acogedora
¿en qué parte del universo me encuentro?"
- un hombre de fuego.

Se encuentra nervioso sentado en la cima del monte de la sabiduría acariciando el lomo de Kaldrof, su dragón, quien lo acoge en silencio puesto que siente la inquietud de su jinete. Aniel ya es un adolescente maduro, como dirían los maestros, muy independiente, inquieto y observador. -Cuando seas un adolescente maduro mi querido Aniel, estarás listo para partir- le dijo su maestro antes de iniciar el entrenamiento. “Maduro”, “maduro”, “maduro”… le calaba fuertemente en su alma y se estremecía tan solo en pensar en esa palabra. Él sabia que su tiempo había llegado y en cualquier momento debía dejar atrás a su fiel amigo Kaldrof. Temía por ese viaje porque había visto a sus amigos partir uno a uno a otras tierras donde debían cultivar todo por lo cual fueron entrenados: “amor y justicia”. Aniel muchas veces se llenaba de pensamientos oscuros porque creía que ese viaje era como partir a la guerra, una guerra donde nadie vuelve con vida. Al menos él nunca ha visto regresar a ninguno de los que partieron.

Aún se encontraba mirando nostálgico el horizonte cuando el maestro Malkuth lo toma por el hombro: -Es hora- guardó silencio por unos segundos, fijó la vista sobre el reino que se enaltecía bajo los últimos rayos de luz del día y prosiguió –los demás están esperando para darte instrucciones-. Aniel abrazó fuertemente por el cuello a su amigo Kaldrof, tomó aire y, a paso firme y decidido, caminó junto al maestro en silencio hasta llegar al umbral del gran salón.

Desde ahí podía visualizar a los maestros Kether, Gueburah y Yesod en el altar, cada uno con una caja de madera, con hermosos enchapados de plata entre las manos. Aniel suspiró y caminó por el centro del gran salón hacia sus doce maestros que se encontraban distribuidos a los costados.

-Ya has aprobado las enseñanzas del maestro Malkuth- le dice Kether levantando la caja de madera sobre su cabeza –dentro de esta caja están depositadas todas las enseñanzas que has recolectado con cada uno de los doce maestros-. El hombre baja la caja y se la entrega a Aniel, quien se acerca solemnemente a recibirla.

-Acá Aniel esta depositado uno de los elementos que regirá tu nombre en las tierras donde debes partir- le dice el segundo maestro Gueburah – el Fuego. Desde ahora tú no te llamaras Aniel, tu nuevo nombre será Ignacio, el hombre de fuego, símbolo del cambio, la purificación y el sacrificio- concluye el maestro, quien le entrega la caja con orgullo.

-Está última caja, Ignacio, contiene otro elemento que debes llevarte contigo: El agua, la cuál alberga el corazón de la humanidad, símbolo del amor, los sentimientos positivos, la amistad, la compasión y la alegría- concluyó Yesod con la última parte de lo que fuera una ceremonia de término del entrenamiento, de inicio del viaje. Yesod no se pudo contener y una vez que le entregó la tercera caja, abrazó fuertemente a Ignacio.

El maestro Malkuth hizo señas a Ignacio y lo guió hacia su cuarto –Recuerda: tú eres parte de la creación, no importa en que tierras te encuentres- besó su frente –Lo que es arriba es abajo – Ignacio movió su cabeza afirmativamente y se inclinó de modo de agradecimiento. Malkuth se retiró en silencio y poco a poco el sonido de sus pasos se desvanecieron entre los pasillos del lugar.

Ignacio se recostó en la cama con los brazos cruzados tras su cabeza. Miró el techo por largas horas, se resistía a cerrar los ojos y dormir, no sabia porque, pero presentía que si lo hacía no volvería a despertar jamás. Así pasaron las horas hasta que el cansancio lo venció.

Los sueños se apoderaron de su mente. Ignacio se veía volando alegre sobre el lomo de Kaldrof por inmensas tierras desérticas, enormes masas de aguas, atravesando ruinas y reinos destruidos. La imagen era cada vez más desoladora, los ríos de pronto rebozaban en sangre de animales muertos, Ignacio ya no sonreía y a veces tenia la sensación de caer al vacío, cerraba los ojos y se aferraba fuertemente en el cuello de su amigo. Pero el viaje entre esas tierras nefastas continuaba y nada lo calmaba hasta ciertas noches donde escuchaba una suave voz que le decía: “Te amamos”- no sabía de donde provenía, pero sabía que el universo no se olvidaba de él.

Los sueños que invadían la mente de Ignacio se tornaron eternos. Cada vez que ingresaba profundamente a uno de ellos, los rostros de sus maestros iban desapareciendo y la voz del universo era cada vez más cercana. –Prométeme que te quedaras aquí- le dijo una noche y sintió como si el universo lo abrazará, sonaba triste, calido, pero lleno de amargura, el cielo se torno gris y esa noche la lluvia no cesó.

Al día siguiente Ignacio creyó que despertaba de ese extraño sueño, pero al abrir los ojos era como despertar en otro, aunque esta vez ya no recordaba ni a sus maestros ni su dragón, solo tenia la sensación de que aquel lugar era donde debía quedarse. Estaba dentro de una nave, rodeado de un líquido viscoso. Al principio se asustó porque pensó que se ahogaría en ese ambiente, pero luego de un momento dejó que el líquido llenara sus pulmones en un cálido abrazo. Miró sus manos y eran pequeñas, muy pequeñas. Sus pies eran igual de pequeños. Nadaba desnudo dentro de la nave y escuchaba esa voz muy lejos, a través del medio acuoso, como un eco deforme resonaba aquella voz del sueño. No sabía en que parte del universo se encontraba, todo era nuevo para él. Los sabores desde el ombligo, la música desde el exterior, los cuentos para él.

Así paso Ignacio dentro de la nave líquida, la cual día a día era más pequeña o él era más grande para estar dentro de ella y fue ahí cuando decidió salir. Necesitaba más espacio.

Buscó y buscó hasta que encontró un túnel rojo por donde salir. No le fue para nada fácil luchar con su cuerpo a través de las paredes húmedas y estrechas, sin embargo logro salir al exterior frío y seco. Fuera de la nave líquida no era cálido. Ignacio lloró. Todo era muy diferente.

-¡Mira! ¡Es hermoso!- dijo aquella voz que tan familiar le sonaba a Ignacio. Cesó de llorar y vio a Kaldrof entre el aura de su protectora, pero no lo reconoció, aunque tampoco le dio miedo. Mas bien le transmitió paz.

Ignacio ya había llegado al fin de su viaje y sin saber aún, al comienzo de su aventura. Ignacio nacía en su nueva tierra como un guerrero de fuego.

- Fin -