Así
es la violencia, nunca sabes dónde empezó. Si fue en el momento en que
decidiste golpearlo hasta el cansancio. O cuando él decidió ignorante y no
tocarte más. Nunca sabes en qué punto se pudrió todo. Si fue cuando descubriste
que te engañaba o cuando llegaba en la madrugada borracho y te obligaba abrir
las piernas.
Podríamos
pasar una vida culpándonos unos a otros y siempre encontrarías una
justificación para tus actos.
Me
aburrí, me canse de ver como se hacía la victima, dando lástima con una botella
de cerveza en la mano, con los ojos perdidos, como si fuera un niño abandonado.
Soy
el huevo o la gallina, da igual qué es primero. Lo importante es ser la
impulsora. Al principio pensé en torturarlo y dejar que muriera de hambre, pero
eso requería tiempo, estrategia y yo no estaba para eso. Compré un revólver de
manera clandestina y lo invite a pasar un par de días en nuestra casa en el
campo, “para reconciliarnos” – le dije. Esperé que se durmiera y le disparé en
la cabeza. Lo enterré a los pies del cerro y brindé con un ron de petaca
mientras descansaba mi codo sobre la pala.
Connie Tapia Monroy.