07:00 AM, suena el despertador, el cuerpo trata de reaccionar, se contorsiona, los músculos se apretan, se estiran, se relajan, la mano de dedos delgados apretan el botón de apagado, cesa el tedioso sonido del reloj. Extiende los brazos junto a un gran bostezo, exhala con fuerza y de un salto abandona el calor de las frazadas. Sin despertar del todo coge una bata, acomoda los pies en las zapatillas de levantar, camina a paso lento, prende el calefón, toma las toallas y se dirige al baño. De la llave del lavamanos toma unos sorbos de agua, abre el agua caliente de la ducha, espera un momento que tome temperatura, se desnuda con tranquilidad, entra con cuidado, se moja, suspira, se siente cansada, no ha dormido lo suficiente, esparce un poco de shampoo en sus cabellos largos, coge una esponja y coloca en ella jabón con aroma a vainilla, comienza a frotarla en su cuerpo con tranquilidad, el vapor se mezcla de olores agradables, el agua poco a poco disuelve la espuma de sus cabellos y del cuerpo. Cuando el desagüe se ha llevado los residuos, cierra la llave. Una vez que termina de secarse, vuelve a su habitación, enciende un incienso de canela y coloca un disco de Kingdom Come a volumen moderado en una pequeña radio. Vuelve al baño, el cual aun retiene las partículas de vapor en su interior, pasa su mano sobre el vidrio empañado, se mira a los ojos.
Suena el celular, lo busca entre sus ropas, el metro atestado de gente presionan contra ella, obstaculizan el movimiento de un lado a otro, se pone nerviosa, el celular sigue sonando, con dificultad lo saca entre su chaqueta y no alcanza a contestar. Una llamada perdida, en la pantalla visualiza “mamá”, cuestiona el motivo de la llamada pero no le da mayor importancia y lo vuelve a guardar. Los olores se mezclan en el vagón, hace calor, ella mira un mapa de las estaciones que esta sobre la puerta, cuenta las estaciones que faltan para llegar. Suena nuevamente el teléfono: “aló”, “aló mi niña, tu padre esta en el hospital”, el rostro de Consuelo cambia bruscamente, sus ojos se entristecen: “¿debo ir a verlo?”, “es tu padre”. Corta la llamada, moja sus labios, empuña el aparato con fuerza, en la siguiente estación cambia el rumbo, sabe que debe acelerar el paso pero no lo hace.
Desde el umbral de la puerta siente el olor a medicamentos, recorre el lugar con una sola mirada, gentes de un lado para otro, camillas, sillas de ruedas, sueros moviéndose sobre los pedestales metálicos, jeringas atravesando brazos desconocidos, sangre, ruido, muchas voces esparciéndose en el espacio. Camina por un largo pasillo, infinito, vacío, por lo menos así lo siente ella, con el corazón comprimido busca un rostro familiar, no lo encuentra, no se apresura en hacerlo. Casi llegando al final, visualiza a su hermano mayor abrazando a su madre, se ven preocupados, la madre sostiene un pañuelo que usa para secar sus lagrimas. Se detiene, su respiración se acelera, toca su rostro, esta nerviosa, mira la escena tratando de no involucrarse, no lo hace y emprende nuevamente el paso, pero cada vez se vuelve más insegura. Saluda a sus hermanos, besa a la madre en la frente: “tu padre no esta bien, esta vez no resistirá”, le indican que se encuentra detrás de la puerta 13, mira unos segundos la manilla, sus manos sudan, apreta los dientes, traga un poco de saliva y entra. Ahí estaba él durmiendo en una cama de sabanas blancas, conectado con sondas y mascara de oxigeno, se podía sentir en la piel el frío de algunos elementos metálicos de la habitación y el olor a químicos era más intenso. Se sentó a su lado en silencio, pensaba que si estuviera despierto no sabría que decir, él abrió los ojos, la miró y tratando de sacar fuerzas intento hablar, “mejor descanse papá”. Consuelo le tomó la mano.
Al entrar a casa recibió una fuerte bofetada dejándola paralizada, la sangre explotó de la nariz y los gritos de su padre retumban en su cabeza. Otro puñetazo la arrojo contra el piso, trató de contener la sangre con una mano, su blusa ya estaba manchada, no era la primera vez, “esta borracho otra vez” pensaba, mientras intentaba levantarse, pero no pudo hacerlo y su conciencia se perdió en sueños infinitos. Al recuperar la conciencia aspiro un fuerte aroma a medicamentos y un señor de bata blanca le dijo “son solo cinco puntos, casi no se nota”, sonrió en forma extraña y se retiró de la habitación, a su alrededor otras personas se atendían con individuos de blanco, su cuerpo aún adolorido no explicaba lo ocurrido, su madre en el umbral de la puerta la esperaba con lamento: “vamos a casa”.
Al llegar, el humo del cigarrillo mezclado con olor a cantina vieja inundaban el lugar, en un rincón sentado su padre en el sillón bebiendo vino barato y en el suelo un cenicero arrebozado de colillas. “toma todas tus cosas, quiero que te vayas de la casa, espero no verte más”. Consuelo no cuestionó la decisión tomada, guardo algunas cosas en una maleta vieja y jamás miró atrás.
Ella le tomaba la mano con fuerza, “no te muevas papá, debes estar tranquilo” le dijó, mientras una lágrima bajaba por la mejilla, ella lo miró a los ojos y por un instante comprendió lo que debía decir: “te perdono”, besó su frente, soltó su mano, tomó su cartera y camino hacia la puerta, una vez frente a ella sujetó la manilla con fuerza.
“aló”, “¿si, quien habla?”, “Soy yo, tu hija Consuelo”, “Claro, ahora que estoy enfermo todos me llaman”, “Solo quería saber como estas” y sonó el tono de colgado.
Con su mano sosteniendo la pequeña esfera de hierro, decidió no voltearse, salió de la habitación, se despidió de sus hermanos con los ojos llenos de lágrimas y a paso lánguido atravesó el largo pasillo del hospital.
Limpia el vidrio empañado, mira la cicatriz en su rostro, seca sus lágrimas e ingiere las pastillas con ayuda de un gran vaso de agua, mientras la canción “what love can be” sigue sonando en la pequeña radio.
Erzsebet
Suena el celular, lo busca entre sus ropas, el metro atestado de gente presionan contra ella, obstaculizan el movimiento de un lado a otro, se pone nerviosa, el celular sigue sonando, con dificultad lo saca entre su chaqueta y no alcanza a contestar. Una llamada perdida, en la pantalla visualiza “mamá”, cuestiona el motivo de la llamada pero no le da mayor importancia y lo vuelve a guardar. Los olores se mezclan en el vagón, hace calor, ella mira un mapa de las estaciones que esta sobre la puerta, cuenta las estaciones que faltan para llegar. Suena nuevamente el teléfono: “aló”, “aló mi niña, tu padre esta en el hospital”, el rostro de Consuelo cambia bruscamente, sus ojos se entristecen: “¿debo ir a verlo?”, “es tu padre”. Corta la llamada, moja sus labios, empuña el aparato con fuerza, en la siguiente estación cambia el rumbo, sabe que debe acelerar el paso pero no lo hace.
Desde el umbral de la puerta siente el olor a medicamentos, recorre el lugar con una sola mirada, gentes de un lado para otro, camillas, sillas de ruedas, sueros moviéndose sobre los pedestales metálicos, jeringas atravesando brazos desconocidos, sangre, ruido, muchas voces esparciéndose en el espacio. Camina por un largo pasillo, infinito, vacío, por lo menos así lo siente ella, con el corazón comprimido busca un rostro familiar, no lo encuentra, no se apresura en hacerlo. Casi llegando al final, visualiza a su hermano mayor abrazando a su madre, se ven preocupados, la madre sostiene un pañuelo que usa para secar sus lagrimas. Se detiene, su respiración se acelera, toca su rostro, esta nerviosa, mira la escena tratando de no involucrarse, no lo hace y emprende nuevamente el paso, pero cada vez se vuelve más insegura. Saluda a sus hermanos, besa a la madre en la frente: “tu padre no esta bien, esta vez no resistirá”, le indican que se encuentra detrás de la puerta 13, mira unos segundos la manilla, sus manos sudan, apreta los dientes, traga un poco de saliva y entra. Ahí estaba él durmiendo en una cama de sabanas blancas, conectado con sondas y mascara de oxigeno, se podía sentir en la piel el frío de algunos elementos metálicos de la habitación y el olor a químicos era más intenso. Se sentó a su lado en silencio, pensaba que si estuviera despierto no sabría que decir, él abrió los ojos, la miró y tratando de sacar fuerzas intento hablar, “mejor descanse papá”. Consuelo le tomó la mano.
Al entrar a casa recibió una fuerte bofetada dejándola paralizada, la sangre explotó de la nariz y los gritos de su padre retumban en su cabeza. Otro puñetazo la arrojo contra el piso, trató de contener la sangre con una mano, su blusa ya estaba manchada, no era la primera vez, “esta borracho otra vez” pensaba, mientras intentaba levantarse, pero no pudo hacerlo y su conciencia se perdió en sueños infinitos. Al recuperar la conciencia aspiro un fuerte aroma a medicamentos y un señor de bata blanca le dijo “son solo cinco puntos, casi no se nota”, sonrió en forma extraña y se retiró de la habitación, a su alrededor otras personas se atendían con individuos de blanco, su cuerpo aún adolorido no explicaba lo ocurrido, su madre en el umbral de la puerta la esperaba con lamento: “vamos a casa”.
Al llegar, el humo del cigarrillo mezclado con olor a cantina vieja inundaban el lugar, en un rincón sentado su padre en el sillón bebiendo vino barato y en el suelo un cenicero arrebozado de colillas. “toma todas tus cosas, quiero que te vayas de la casa, espero no verte más”. Consuelo no cuestionó la decisión tomada, guardo algunas cosas en una maleta vieja y jamás miró atrás.
Ella le tomaba la mano con fuerza, “no te muevas papá, debes estar tranquilo” le dijó, mientras una lágrima bajaba por la mejilla, ella lo miró a los ojos y por un instante comprendió lo que debía decir: “te perdono”, besó su frente, soltó su mano, tomó su cartera y camino hacia la puerta, una vez frente a ella sujetó la manilla con fuerza.
“aló”, “¿si, quien habla?”, “Soy yo, tu hija Consuelo”, “Claro, ahora que estoy enfermo todos me llaman”, “Solo quería saber como estas” y sonó el tono de colgado.
Con su mano sosteniendo la pequeña esfera de hierro, decidió no voltearse, salió de la habitación, se despidió de sus hermanos con los ojos llenos de lágrimas y a paso lánguido atravesó el largo pasillo del hospital.
Limpia el vidrio empañado, mira la cicatriz en su rostro, seca sus lágrimas e ingiere las pastillas con ayuda de un gran vaso de agua, mientras la canción “what love can be” sigue sonando en la pequeña radio.
Erzsebet
9 comments:
Muy buen relato. Triste eso si.
El dolor, atraves del espejo.. interesante y depresivo relato
De visita , muy buen relato , gracias . Depresivo si , aunque bello , tal como nos tienes acostumbrados .
Tristemente real...
Hola Erzsebet,
Muy bella tu cronica!
És un placer visitar pela primera vez tu blog.
Saludos desde Brazil:
Geraldo
ASI ES, SOY AQUEL DEL RETRATO, Y BUEN RELATO DEPRESIVO, EL FINAL MORITIFICAMENTE GENIAL!!!!
Veo que todos coinciden que es muy triste el relato y me alegra que lo sientan asi, esa era la idea, darle un movimiento un poco al interior. Aunque no puedo negar que Erzsebet refleja como se siente hoy.
Saludos a todos!!!
hola, soy mala comentando pero esta vez no lo pude evitar.
fuerte, conmovedor... me extenderé por correo. Saludos!
Gracias Marlen, tu mail es bellisimo.
Sin palabras
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