Siempre estabas mirando detrás de la cortina.
Esperando el momento preciso para lanzarte como un lobo sobre mí y meter tu
lengua asquerosa entre mis piernas. Detestaba pensar eso. Eras un viejo sucio,
demacrado y patético. Tu sola existencia me daba asco. Disfrute el día en que te grité delante de todos que eras un
pobre weón. Solo, además. Nadie te extraña. Fue tan fácil entrar a tu casa por
la noche, encontrarte durmiendo en el sofá. Fueron solo minutos para que tu
vida se desvaneciera entre la almohada y mis manos. Ya no soportaba imaginar,
como saboreabas tus dedos llenos de semen pensando en mí.
Connie Tapia Monroy.
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