Hoy,
en la hora de colación me senté a fumar con mis compañeras de trabajo. Siempre
es el momento donde se quejan del exceso de labores y por sobre todo, de cómo
las trata la pareja. Pasado el catorce de febrero, muchas llegaron jactándose
de las flores, chocolates y cenas. La mayoría de ellas están contentas y
agradecidas. Pero el resto del año, la mayoría de ellas no es feliz.
Por
mi parte, solo observo y escucho lo que conversan mientras nos fumamos un
cigarro. Creo que nunca van a entender lo celoso que soy. La rabia que surge
cuando pienso en mi Adela. Ella debe quedarse en casa. Ella debe estar solo
para mí.
El
pasado catorce la invite a salir y cuando estábamos cenando. Ella insistió en
que quería trabajar. Claro, se aprovecho de ese momento pleno para darme la
estocada. Por supuesto que le dije que no. Discutimos. Ella lloró. Furioso me
la lleve a casa. La golpeé. Humille. Lloró. Indignado la apuñale hasta
cansarme. Yo amo a mi esposa, recé junto a su cuerpo que adorne con figuritas religiosas,
como a ella le gusta. Pero eso, mis compañeras de trabajo jamás lo entenderían.
Connie Tapia Monroy.
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