Desde el primer día, que llegue a vivir a mi nuevo departamento ubicado en el corazón exorbitante de la ciudad, lo veía desde mi balcón en la misma esquina sentado con una paño exhibiendo maquetas de todo tipos de vehículos: camiones, autos, micros antiguas, bicicletas, motos, etc. Me llamaba la atención que miles de personas pasaran diariamente por esa esquina y nadie se detuviera a contemplar las pequeñas obras construidas a mano, hechas con sorprendente delicadeza. Una ciudad fría, siempre lo he pensado así, viviendo como si nada existiera a su alrededor excepto su sombra y respiración.
A las 7 a.m en punto me dirigía al trabajo a paso rápido como cualquier capitalino y él ya estaba en la esquina encorvado tallando sus esculturas como hipnotizado, como si estuviese sumido en un trance lleno de caos en su interior, siempre pensaba que al volver del trabajo me detendría a contemplar algo de su trabajo y quien sabe a lo mejor le compraría una maqueta de la Pila de Ganso, ese recorrido que me hacia recordar a mi abuelo cuando nos paseaba, y yo sentada en sus piernas con una sonrisa llena de alegría e ilusión por creer que manejaba esa enorme micro de fierro, con olor a fierro, con puertas mecánicas controladas por el chofer, dando boletos de papel y depositando las monedas en la caja de madera. Todas las mañanas lo pensaba, pero al volver jamás me detenía, comportándome como todos los zombies de la capital. Luego, con mi taza humeante de café, lo observaba desde mi balcón, algo había en aquel señor de avanzada edad que daba escalofrió pero no sabia exactamente que era, cuando la sensación fría recorría mi espalda, entraba al departamento y me recostaba con la mirada perdida en el cielo de cemento.
Día a día comencé a desacelerar el paso en la esquina donde se sentaba, descubriendo cada vez que observaba de reojo sus diminutas esculturas que eran de una perfección extraordinaria, si creo que hasta vi un hombre sentado en el manubrio en una de sus representaciones, sin embargo el olor a perro muerto que levitaba su rededor me asqueaba, así como también se me erizaba la piel al mirar sus ojos y encontrarme con una sonrisa diabólica, llena de dientes picados y torcidos, como si su alimentación diaria fuese de piedra volcánica u otra piedra que los tiñera de negro.
Así fueron mis primeros días en la capital, sin embargo el señor de las maquetas paso a ser como un recuerdo fantasmagórico en mi rutina, ya no pasaba tan a menudo por esa parte de la calle y los recuerdos escalofriantes de su apariencia desaparecieron de mi mente. Ya se acercaba mi cumpleaños número 25 y en lo único que pensaba era en la llegada de Gustavo, había estado de viaje por un par de meses en Europa, cosas de trabajo y no conocía como era el nuevo departamento, lo decore con todos los detalles que a él le gustan, me sentía vacía sin él, solo deseaba besarlo, los días eran eternos pero me tranquilizaba pensar que llegaría el día de mi cumpleaños.
Llegado el día, me levante de un salto de la cama, cantando: “Cumpleaños feliz, te deseo yo a ti… ya llega Gustavo …. Aaayyy que feliz soy….” Corrí a la ducha, me prepare rápidamente, a esa hora ya estaba el taxi esperando bajo la puerta del edificio.
- ¡¡¡Directo al aeropuerto!!! – le dije al taxista sonriendo como una adolescente.
El camino se hizo eterno, la ciudad atestada de tacos en cada una de sus calles, el calor cada vez se hacia más insoportable y el chofer con la manos apoyadas en el volante tarareaba una canción de Sandro, que basura pensaba, mientras miraba por la ventana y dibujaba en las nubes el rostro de Gustavo. Una vez en el aeropuerto, él se encontraba sentado sobre sus maletas con la cara que le llegaba hasta el suelo, con su cabeza apoyada en sus manos.
- ¡¡Gustavo!! – grite mientras me bajaba del taxi, él miró casi sorprendido, supongo que pensó que ya no vendría por él. Nos abrazamos y besamos por largos eternos minutos, hasta que el chofer comenzó a dar bocinazos y con una mano nos indicaba que no se podía estacionar en ese lugar. Subimos las maletas y al fin nos fuimos abrazados en el asiento trasero, me platicó de su viaje, de los asuntos del trabajo, de las anécdotas y en un lapso de silencio introdujo su mano en el bolsillo de su pantalón y saco un caja de plata envejecida, con tallados de arte gótico.
- ¡Feliz Cumpleaños Camila! – abrió la pequeña caja y en su interior había una hermosa cadena de plata con una medalla que tenia tallada un dragón. Él sabe que me gustan los dragones, sonreí y lo bese por todo el rostro llena de felicidad. En eso, ya habíamos llegado al departamento
Mientras bajábamos las maletas mire hacia la esquina, el viejo no estaba, suspire como aliviada y un poco desconcentrada seguí ayudando con el equipaje. “¿Pasa algo?” preguntó y su mirada siguió la mía hacia esa calle ausente de aquel señor, “No, no, no pasa nada, vamos a entrar de una vez” y la complicidad nos atrapo bajo el sol que nos envolvía.
Esa tarde no salimos del cuarto hasta la llamada telefónica de mi hermano avisando que en unos minutos llegaría en el auto para ir a comprar todo lo relacionado con el cumpleaños. Y así fue en resumen: salimos a comprar, preparamos las cosas, llegaron los invitados, bailamos, cantamos, conversamos, la noche pasaba y todos con un poco de residuo alcohólico en las venas contaban alguna que otra anécdota que nos hacia reír a carcajadas, algunos en la mañana se recostaron en los sillones del departamento, otros se fueron y uno que otro seguía en el balcón fumando y tomando, observando como la mañana avanzaba y ellos resistiendo hasta el último.
Con Gustavo nos recostamos en el sillón abrazados, con mi cabeza apoyada en su pecho, él me susurraba al oído, lo cual provocaba dibujar sonrisas coquetas para él. A eso de las 10 a.m. mi cuñado abrió la puerta, miro extrañado para todos lados y grito “Camila, un sujeto te busca”, “¿Quién es?”, “No sé, no lo conozco” y esperó en la puerta hasta que me acerque.
En el umbral estaba parado el extraño sujeto de las maquetas, desconcertada no sabia que decir, quede enmudecida, mi cuerpo se enfrió en segundos, me pregunte como sabia donde vivía, si acaso el me había visto caminar por su esquina, me hice miles de preguntas en solo un par de segundos, sentí a Gustavo tomar mi mano por detrás, se dio cuenta de lo perpleja que estaba.
- ¿Le puedo ayudar en algo? – le pregunto y el sujeto levanto sus dos manos, poniendo frente a mi la maqueta mejor construida y tallada del recorrido “Pila de Ganso”. Quede inmóvil, mis labios se secaron de la nada, no podía hablar.
- Le traigo este regalo de cumpleaños a la señorita Camila, yo conocí a su abuelo, disculpen mi intención no era molestarlos, mi nombre es Jorge –
- Muchas gracias don Jorge – dijo Gustavo, tomando el regalo y haciendo una señal como despedida para poder cerrar la puerta.
- Espere – interrumpió – tengo un poco de sed.
- Si claro – dije como despertando de una trance – le traigo un vaso de agua.
- Podría ser una cerveza por favor – un poco perpleja por la petición, fui al refrigerador y saque una botella individual de cerveza. Gustavo se la dio, lo despidió y al final pudo cerrar la puerta.
- Que sujeto más extraño – sentencio Gustavo – ¿De donde lo conoces?
- La verdad es que no lo conozco, no se como sabe mi nombre y no tengo idea como supo que estaba de cumpleaños – puse mi dedo en la boca – supongo que fue el ruido que lo hizo venir hasta aquí, siempre se sienta en esa esquina – y apunte desde el balcón al lugar donde siempre se sienta, pero estaba vez la calle estaba limpia.
- Uuuu que escalofrió, mejor tratemos de evitarlo, es un tipo muy extraño, no me da confianza, cuando yo no este en casa, no le abras la puerta – Gustavo miro la micro por todos lados - ¿qué hago con esto? – y lo dejo sobre un mueble – creo que se vera bien ahí, igual es un lindo adorno, no lo puedes negar- y lanzó una carcajada como tratando de alivianar el ambiente denso que se formo con la situación.
Al rato después todos los invitados se habían retirado, limpiamos el desastre de la fiesta, en un instante que barría el balcón tuve la sensación de a ver visto a don Jorge mirando hacia el departamento desde la vereda del frente, al voltearme no había nadie, como día domingo Santiago descansaba del ruido ensordecedor de sus calles y la soledad inundaba el sector. A lo mejor estoy soñando pensé, pero un halo de intranquilidad se apodero de mi ser. Erzsebet
A las 7 a.m en punto me dirigía al trabajo a paso rápido como cualquier capitalino y él ya estaba en la esquina encorvado tallando sus esculturas como hipnotizado, como si estuviese sumido en un trance lleno de caos en su interior, siempre pensaba que al volver del trabajo me detendría a contemplar algo de su trabajo y quien sabe a lo mejor le compraría una maqueta de la Pila de Ganso, ese recorrido que me hacia recordar a mi abuelo cuando nos paseaba, y yo sentada en sus piernas con una sonrisa llena de alegría e ilusión por creer que manejaba esa enorme micro de fierro, con olor a fierro, con puertas mecánicas controladas por el chofer, dando boletos de papel y depositando las monedas en la caja de madera. Todas las mañanas lo pensaba, pero al volver jamás me detenía, comportándome como todos los zombies de la capital. Luego, con mi taza humeante de café, lo observaba desde mi balcón, algo había en aquel señor de avanzada edad que daba escalofrió pero no sabia exactamente que era, cuando la sensación fría recorría mi espalda, entraba al departamento y me recostaba con la mirada perdida en el cielo de cemento.
Día a día comencé a desacelerar el paso en la esquina donde se sentaba, descubriendo cada vez que observaba de reojo sus diminutas esculturas que eran de una perfección extraordinaria, si creo que hasta vi un hombre sentado en el manubrio en una de sus representaciones, sin embargo el olor a perro muerto que levitaba su rededor me asqueaba, así como también se me erizaba la piel al mirar sus ojos y encontrarme con una sonrisa diabólica, llena de dientes picados y torcidos, como si su alimentación diaria fuese de piedra volcánica u otra piedra que los tiñera de negro.
Así fueron mis primeros días en la capital, sin embargo el señor de las maquetas paso a ser como un recuerdo fantasmagórico en mi rutina, ya no pasaba tan a menudo por esa parte de la calle y los recuerdos escalofriantes de su apariencia desaparecieron de mi mente. Ya se acercaba mi cumpleaños número 25 y en lo único que pensaba era en la llegada de Gustavo, había estado de viaje por un par de meses en Europa, cosas de trabajo y no conocía como era el nuevo departamento, lo decore con todos los detalles que a él le gustan, me sentía vacía sin él, solo deseaba besarlo, los días eran eternos pero me tranquilizaba pensar que llegaría el día de mi cumpleaños.
Llegado el día, me levante de un salto de la cama, cantando: “Cumpleaños feliz, te deseo yo a ti… ya llega Gustavo …. Aaayyy que feliz soy….” Corrí a la ducha, me prepare rápidamente, a esa hora ya estaba el taxi esperando bajo la puerta del edificio.
- ¡¡¡Directo al aeropuerto!!! – le dije al taxista sonriendo como una adolescente.
El camino se hizo eterno, la ciudad atestada de tacos en cada una de sus calles, el calor cada vez se hacia más insoportable y el chofer con la manos apoyadas en el volante tarareaba una canción de Sandro, que basura pensaba, mientras miraba por la ventana y dibujaba en las nubes el rostro de Gustavo. Una vez en el aeropuerto, él se encontraba sentado sobre sus maletas con la cara que le llegaba hasta el suelo, con su cabeza apoyada en sus manos.
- ¡¡Gustavo!! – grite mientras me bajaba del taxi, él miró casi sorprendido, supongo que pensó que ya no vendría por él. Nos abrazamos y besamos por largos eternos minutos, hasta que el chofer comenzó a dar bocinazos y con una mano nos indicaba que no se podía estacionar en ese lugar. Subimos las maletas y al fin nos fuimos abrazados en el asiento trasero, me platicó de su viaje, de los asuntos del trabajo, de las anécdotas y en un lapso de silencio introdujo su mano en el bolsillo de su pantalón y saco un caja de plata envejecida, con tallados de arte gótico.
- ¡Feliz Cumpleaños Camila! – abrió la pequeña caja y en su interior había una hermosa cadena de plata con una medalla que tenia tallada un dragón. Él sabe que me gustan los dragones, sonreí y lo bese por todo el rostro llena de felicidad. En eso, ya habíamos llegado al departamento
Mientras bajábamos las maletas mire hacia la esquina, el viejo no estaba, suspire como aliviada y un poco desconcentrada seguí ayudando con el equipaje. “¿Pasa algo?” preguntó y su mirada siguió la mía hacia esa calle ausente de aquel señor, “No, no, no pasa nada, vamos a entrar de una vez” y la complicidad nos atrapo bajo el sol que nos envolvía.
Esa tarde no salimos del cuarto hasta la llamada telefónica de mi hermano avisando que en unos minutos llegaría en el auto para ir a comprar todo lo relacionado con el cumpleaños. Y así fue en resumen: salimos a comprar, preparamos las cosas, llegaron los invitados, bailamos, cantamos, conversamos, la noche pasaba y todos con un poco de residuo alcohólico en las venas contaban alguna que otra anécdota que nos hacia reír a carcajadas, algunos en la mañana se recostaron en los sillones del departamento, otros se fueron y uno que otro seguía en el balcón fumando y tomando, observando como la mañana avanzaba y ellos resistiendo hasta el último.
Con Gustavo nos recostamos en el sillón abrazados, con mi cabeza apoyada en su pecho, él me susurraba al oído, lo cual provocaba dibujar sonrisas coquetas para él. A eso de las 10 a.m. mi cuñado abrió la puerta, miro extrañado para todos lados y grito “Camila, un sujeto te busca”, “¿Quién es?”, “No sé, no lo conozco” y esperó en la puerta hasta que me acerque.
En el umbral estaba parado el extraño sujeto de las maquetas, desconcertada no sabia que decir, quede enmudecida, mi cuerpo se enfrió en segundos, me pregunte como sabia donde vivía, si acaso el me había visto caminar por su esquina, me hice miles de preguntas en solo un par de segundos, sentí a Gustavo tomar mi mano por detrás, se dio cuenta de lo perpleja que estaba.
- ¿Le puedo ayudar en algo? – le pregunto y el sujeto levanto sus dos manos, poniendo frente a mi la maqueta mejor construida y tallada del recorrido “Pila de Ganso”. Quede inmóvil, mis labios se secaron de la nada, no podía hablar.
- Le traigo este regalo de cumpleaños a la señorita Camila, yo conocí a su abuelo, disculpen mi intención no era molestarlos, mi nombre es Jorge –
- Muchas gracias don Jorge – dijo Gustavo, tomando el regalo y haciendo una señal como despedida para poder cerrar la puerta.
- Espere – interrumpió – tengo un poco de sed.
- Si claro – dije como despertando de una trance – le traigo un vaso de agua.
- Podría ser una cerveza por favor – un poco perpleja por la petición, fui al refrigerador y saque una botella individual de cerveza. Gustavo se la dio, lo despidió y al final pudo cerrar la puerta.
- Que sujeto más extraño – sentencio Gustavo – ¿De donde lo conoces?
- La verdad es que no lo conozco, no se como sabe mi nombre y no tengo idea como supo que estaba de cumpleaños – puse mi dedo en la boca – supongo que fue el ruido que lo hizo venir hasta aquí, siempre se sienta en esa esquina – y apunte desde el balcón al lugar donde siempre se sienta, pero estaba vez la calle estaba limpia.
- Uuuu que escalofrió, mejor tratemos de evitarlo, es un tipo muy extraño, no me da confianza, cuando yo no este en casa, no le abras la puerta – Gustavo miro la micro por todos lados - ¿qué hago con esto? – y lo dejo sobre un mueble – creo que se vera bien ahí, igual es un lindo adorno, no lo puedes negar- y lanzó una carcajada como tratando de alivianar el ambiente denso que se formo con la situación.
Al rato después todos los invitados se habían retirado, limpiamos el desastre de la fiesta, en un instante que barría el balcón tuve la sensación de a ver visto a don Jorge mirando hacia el departamento desde la vereda del frente, al voltearme no había nadie, como día domingo Santiago descansaba del ruido ensordecedor de sus calles y la soledad inundaba el sector. A lo mejor estoy soñando pensé, pero un halo de intranquilidad se apodero de mi ser. Erzsebet
4 comments:
Ágil relato... no sé hacia dónde va, por eso espero ansioso la segunda parte.
:-)
interersante relato, en que terminara? la sicopatia del ser humano es viciosa y cristiana.
el ser humano deja de serlo muchas veces
la memoria como un puñado de fotografías en el cajón de un escritorio.
Un abrazo!
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