Tuesday, January 20, 2009

Maquetas, Parte II

Desde aquel día, don Jorge no volvió a sentarse en la esquina de la calle, la cual se convirtió un tanto triste y desolada, sin embargo el recuerdo de su rostro y sus manos extendidas ofrendándome aquella maqueta no lo podía sacar de mi mente. Muchas veces recostada en el sillón miraba perturbada la representación perfecta de “La Pila de Ganso”, me quedaba horas observándola sin acercarme, encendía un cigarro, preparaba café y no sacaba mis ojos de ella, a veces camina a pie descalzo al balcón con esperanza de encontrarme con sus miniaturas exhibiéndose en la calle, a lo mejor debería de haberle agradecido por el regalo, pensaba, pero el escalofrío que subía por mi espalda recordando su aspecto saturaban de negro profundo mi corazón y mi alma volvía a rechazar su presencia, y luego pensaba que era mejor que ya no rondara más las calles cercanas del edificio. Si, los deseos eran contradictorios, pero quién no los ha tenido.

Una noche con Gustavo regresábamos de una comida de ex-compañeros de la universidad, habíamos tomado unas copas demás, nos encontrábamos alegres, riéndonos del encuentro, de las historias relatadas, al bajar del taxi mi rostro quedo perdido en la oscuridad al final de la calle, perdí el color de la piel creo, puesto que Gustavo me pregunto que ocurría y yo casi sin aliento le dije que entre las sombras me pareció ver a don Jorge mirándome de una forma espantosa y él con su sarcasmo habitual dijo “has tomado demasiado esta noche, necesitas descansar”, al principio me dio un poco de cólera que no creyera lo que decía, pero al entrar ya toda impresión desapareció.

Trate de dormir esa noche, trate digo, porque no pude cerrar un ojo sin evitar recordar esos ojos maléficos que me perseguían. Gustavo se encontraba profundamente dormido y como no deseaba interrumpir su sueño fui en busca de agua a la cocina, cuando regresaba tropecé con la estupida maqueta de micro, en ese momento no cuestione porque estaba sobre el suelo a la mitad de mi camino, la recogí y la puse en su lugar.

A la mañana siguiente desperté de un sobresalto, Gustavo estaba con la micro en la mano mirándola de un lado a otro.

- ¿Por qué estas con esa cosa en la mano? – le pregunte furiosa.
- Estaba acá en el velador – respondió y encogiéndose de hombros, reparo – estas un poco neurótica con esta cosa – y me la acercaba al rostro como burlándose y jugando conmigo, la aparte de mi rostro, se la quite de las manos y dando trancos la lleve al living, al mueble del equipo de música, el mismo lugar que se le había asignado el día que ese hombre me la obsequió.
- ¡Acá debe estar, este es su lugar, no en el velador! ¿entendiste? – le dije sobresaltada a mi pareja, pero él me miró con la misma sonrisa de siempre y siguió con lo suyo.

Me metí a la ducha un tanto alterada por la situación, sabia que Gustavo no había llevado la maqueta a la alcoba y también sabia que en la madrugada yo la cogí del suelo y la deje en el mueble del equipo de música, entonces no entendía como llego a mi velador, pensé sobre esto mientras dejaba que el agua se llevará el último residuo de polvo de mi cuerpo.

Trate de no pensar en esto, pero los días de ahí en adelante se tornaron más aterradores para mi, en la noches escuchaba el motor de una micro pequeña recorriendo el departamento y cuando me levantaba a investigar, la maqueta seguía en el mismo lugar. Llegué a creer que me estaba volviendo loca y paranoica con la situación, la observaba de lejos y no me atrevía a tocarla, como esto ya no me dejaba vivir en paz decidí botarla, pero cada vez que lo intentaba, al regresar al departamento la maldita maqueta se posaba radiante en el mueble del equipo de música.

Desde la última vez que intente tirarla comencé a sentirme observada, como si alguien mirará desde el interior de la micro y cuando salía al balcón muchas veces vi la sonrisa de don Jorge desaparecer en la esquina, como una sombra, como si supiera que en ese mismo instante él debía esconderse, como si leyera todos mis movimientos. Y muchas veces, pude vislumbrar que al voltearme hacia la maqueta ella tenía luces encendidas, repentinamente apagaba el motor y todas aquellas luces desaparecían.

Un día, ya saturada de angustia, decidí llevarla a un experto, un geólogo exactamente, quien me confirmaría de que material estaba confeccionada, si era de alguna roca conocida o no. Además, se me había metido en la cabeza que aquella cosa estaba embrujada o que poseía el espíritu errante de alguna persona o peor aún, que estaba confeccionada por el mismo demonio, no sabia exactamente porque pensaba estas cosas, pero tenia un presentimiento y me dirigí donde el experto, quien después de varias horas de análisis y una mirada atónita, perpleja y lúgubre, procedió así:

- Extraño, muy extraño – se tomaba el mentón con su mano, fruncía el seño y mojaba sus labios – no se exactamente – susurro – pero de algo estoy seguro, el material de confección no es de ningún tipo de piedra.
- ¿Entonces de que es? – pregunte nerviosa.
- Mmmm a lo mejor creerás que estoy loco, pero creo que es de hueso –
- ¡¡de hueso!! – dije gritando, con ojos sobresaltados y casi sin poder pensar bien las cosas - ¿Qué clase de hueso, se puede saber? – mis manos a esta altura sudaban nerviosamente. Volvió a tomarse el mentón, hizo unos sonidos con la boca y finalmente dijo que no podía ayudarme.

En el camino a casa me fui intranquila, tenía la maqueta en mi cartera y sentía que llevaba algo sin explicación, no podía dejar de pensar en la cara de ese sujeto tallando las maquetas como hipnotizado, en trance, el solo hecho de pensar en eso, los pelos se me erizaban y la espalda se contraía de escalofríos repulsivos.

Al llegar al departamento en la puerta del refrigerador había una nota: “te espero en el estacionamiento, con amor Gustavo”, salí en su búsqueda, sin embargo no era Gustavo quien estaba parado entre los autos, era don Jorge, quien con una sonrisa maquiavélica hizo una seña para que me acercara. En ese instante mis nervios se alteraron, mi corazón bombeaba a mil por horas y sentía que la respiración se cortaba cada vez que daba un paso hacia él. Detrás de mí escuche un ruido ensordecedor de un motor de auto, voltee, pensé en ese momento que venia hacia mi, no había nada ni nadie, gire nuevamente dándome fuerzas para enfrentarlo y ya no estaba, corrí al ascensor para volver a mi departamento, telefonee a Gustavo, se escucha bien, él estaba bien, el juego era conmigo, recordaba que ese día él decía que conocía a mi abuelo. Decidí incinerar la maldita maqueta y lo hice, quedo reducida en polvo, a cenizas, las cuales enterré en un espacio baldío muy lejos de la ciudad, mientras cavaba el agujero mi espalda se entumía, mis brazos perdían fuerza, sentía que estaba como trastornada, pero ya no sabía que más hacer, ya estaba enterrado, las cenizas estaban bajo tierra.

Creí que los ruidos nocturnos desaparecerían después de ese acto, pero no fue así, pensé que las sombras de aquel hombre no rondarían más por la calles pero tampoco fue así. A don Jorge no lo he vuelto a ver, sin embargo su presencia sigue dentro de mi departamento y sigue tras mi sombra como ave carroñera esperando que mis huesos se transformen en una más de sus maquetas.
Erzsebet

3 comments:

Marcelo TM said...

Muy buena la segunda parte. Mejor que la primera. Creo que es porque está mejor escrita (aunque siempre mantienes algunos errores ortográficos y de puntuación).
Con respecto a la idea, me pareció tenebrosa la idea del viejo, como una especie de buitre esperando la muerte de la protagonista. Un tallador mortal, como la piedra cruz que botaba el río por cada araucano muerto. Toda una colección de almas en pena representadas en maquetas de micros antiguas. Yo alguna vez seré una "Villa Naciones Unidas" o una "Ovalle Negrete", quién sabe?
Tal vez el maquetador te mira en este momento y espera la materia prima para hacer su primera cuncuna. (ja!)
Saludos,

Black Serpentor said...

Muy buen arte (Por parte de SELF DESECRATOR) que pusiste en esta segunda parte, representa macabramente el pensamiento nihilista y oscuro de aquel tallador de demonios!!! Muy buen cuento en su totalidad.

Connie Tapia M. said...

Marcelo cuando dices: "Tal vez el maquetador te mira en este momento" es algo muy acertivo de tu parte.
Un abrazo